Veo cómo te sonrojas ante mi presencia.
No eran esas las tonalidades que esperaba encontrar en el lienzo de tu piel,
tan inmaculado,
y en el que iba a recrearme.
Te prometo no mirarte a los ojos mientras te pinto.
Pero soy demasiado débil y me dejo llevar.
Nervioso.
Tu cierras los ojos y tiemblas.
Mis manos se acercan y tocan tu rostro.
Recorriendo tus cicatrices como caracoles parsimoniosos.
A ciegas, una tras otra, hasta memorizar las curvas que trasladaré a la tela con mis dedos.
Pinceles ardientes.
Me estremezco.
Y tú te agitas al apreciar la excitación en mi pecho.
Son esos placeres inconfesables los que hacen que todo cobre sentido.