
Solía evitar las calles concurridas. Por esa razón era muy normal ver su negruzca silueta por callejones faltos de luz. tenía fama de huraño aunque nunca tuvo ningún problema por ello, al contrario, la gente sentía pena por él,una pena desmesuradamente afectuosa, si cabe, producto de la ignorancia que tenían hacia su ser.
Nunca perdía la compostura, incluso cuando estaba obligado a meter su nariz entre los rebosantes contenedores de basura con el ardiente anhelo de encontrar algo comestible con lo que acallar los incesantes gritos de su famélico estómago. Sabía que aquello no podía durar siempre,que era una etapa más de su vida y que, como otras, tenía que vadearla lo mejor posible. No se consideraba, sin embargo, un ser desgraciado; era libre, podía valerse por sí mismo sin la ayuda de nadie y era joven, esas eran las tres pilastras que sostenían el templo de su existencia.
El cielo tenía unos extraños matices verde-amarillentos como sacados de algún lienzo daliniano y los resecos árboles centenarios que bordeaban el vetusto parque del pueblo estampaban sus sombras en las blanquecinas fachadas de las casas. Aromas densos, penetrantes, de esos que se te introducen en todos tus poros e invaden de tal manera tus neuronas que durante un largo tiempo se pierde toda capacidad de distinción y quedas esclavo de dicho perfume. Calles angostas, vetustas, salteadas de garitos impresentables y antros vomitivos regentados por lugareños. Todo ello aderezado con el pulular de una gente poco cordial con ls extraños. Una fotografía muy acertada de aquel paraje.
Chuco se dispuso a hacer la misma rutina de todos los días. A las siete de la mañana seguía el camino que conducía hacia las afueras, abandonaba durante horas las entrañas de la aldea y dejaba vagar sus piernas con la seguridad de saber que le llevarían adonde él quisiera. Una vez en el lugar, desenterraba tres piedras amorfas no escogidas al azar y las enterraba a varios metros de la ría con el convencimiento de ver crecer algún día el fruto de su simiente; una linda casita con dos estancias, una para él y otra para Simón, su amigo o el ser más parecido a un hermano que tenía.
Son las tres de la tarde y el sol deja caer sus rayos con todas sus fuerzas, casi rencorosamente y con miedo a quemar, sobre los adoquines de la calzada, Camina casi a rastras , aquel calor infernal no le ayuda nada. Deja reposar su mirada meticulosamente sobre todo aquello conocido y por conocer. Sobre lo móvil y lo inmóvil. Lo atractivo y lo repulsivo.De pronto se da la vuelta y ve a su compañero abatido en un rincón. Cabizbajo e inmóvil hacía presagiar lo peor. Era más frágil que él. Siempre lo había sido. Ya cuando se lo encontró por primera vez hacía doce años. Todavía conservaba su raída gabardina gris. No se desprendía de ella ni siquiera en los días más calurosos del estío. Aquella prenda constituía el diario de su vida.En su manga izquierda tenía una mancha reseca de sangre rememorando la época de su terrible depresión que casi le condujo al suicidio. Suicidio evitado por él. En su espalda pegadas a la tela yacían las savias de las plantas de innumerables lugares donde había pasado la noche ,al raso. Un festival de matices verdáceos que ornamentaban su prenda y cuyo dueño ignoraba poseer.
A pesar del esfuerzo por denotar carencia de sentimientos afectuosos hacia su amigo, en lo más profundo de su alma yacía escondida , enquistada, una débil llama de amistad que ni la más poderosa ráfaga de viento podía extinguir. Una llama que le incitó a emitir un estridente e incesante aullido en honor a su amigo que yacía reclinado en una esquina carente ya de vida.
Gente, personas , seres con sentimientos y provistos de inteligencia. No sería él, Chuco, un simple perro, quien diera muestras de aflicción, esa tarea se la dejaba para las personas.
Hastiado de deambular hasta la extenuación sin rumbo fijo, Chuco quiso replantearse su existencia. No era bueno estar solo, aún para un perro a quien la vida precisamente le había obsequiado con clases particulares de soledad. No entendía nada ni a nadie en este mundo. Empezaba a creer que aquello,más que una etapa de su vida era ya la esencia de su existencia. Y cada vez que se acordaba de ello un prolongado escalofrío recorría su lomo y un vacío pleno ocupaba su estómago.
Su primitivo cerebro intentaba procesar una a una las imágenes de su vida intentando desesperadamente encontrar algo que realmente valiera la pena, un sustento para su engangrenada biografía. Siempre le había dado resultado. Cuando se encontraba deprimido siempre buscaba algo reconfortante que hiciera espantar aquellos pensamientos tan funestos. Era una labor inútil, estaba tan vacío de ideas como su panza.
Y por enésima vez pensó en quitarse la vida.
Cayeron las gotas previas a una tormenta, aquellas que tanto gustaban a Simón. Y , al caer, cada gota impactaba en una hoja componiendo un ritmo sinfónico solamente descifrable por Dios. El agua se filtraba por la porosa tierra que él tan bien conocía y un olor esplendoroso se desprendía y subía y subía hasta penetrar en su hocico canino.
Chuco esbozó lo más parecido a una sonrisa , la había encontrado, estaba olvidada pero había aparecido su razón para vivir; Aquel olor a tierra mojada………