-¿ Qué te parece este local? me pregunta mostrando cierto interés.

– Ya sabes- le respondo .- Odio lo desconocido, me produce inseguridad. También aborrezco esta oscuridad rojiza, las paredes de papel, el humo….oh!, el humo. Eso es lo peor, eso y no poder verte bien la cara . Además, estoy algo mareada.-

-¿Nos vamos pues?, añade arqueando las cejas y esperando una respuesta negativa por mi parte.

– Déjalo. Ya no. Intentaré olvidarme de este horrible humo que me está encendiendo los ojos. No te preocupes. vamos a lo nuestro. Acabemos cuanto antes. ¿ qué querías saber? ¿por qué te dejé? ¿Por qué no te dije nada ni te escribí después de irme?

– Sí, responde él, errático. – No sé aún qué esperabas de mí.-

– Puede que ese fuera el problema. Yo nunca esperé nada de ti y tú continuaste dándomelo todo, como a una niña pequeña. Tú me llevabas y me traías, tú me comprabas todo lo que necesitaba antes de que pudiera descubrir que me hacía falta, tú vivías por ti y también por mí, me querías tanto que yo nunca podía corresponderte con la mitad de ese amor. Era complicado. Me hacía sentir incómoda.

– ¿ Qué querías? ¿ que todo continuara igual que antes? ¿ que hiciera ver que no me importaba que fueras un bocazas y un borracho ? ¿ que me daba igual que controlaras mi vida?¿qué querías? dime ¿ qué querías?- le pregunté con labios temblorosos y la mirada vidriosa.

Ladeando la cabeza, evitando así contemplar mi cara rota de dolor, y clavando su mirada en el especiero espetó de forma casi violenta: – ¿ Qué deseabas? ¡dímelo!

– Sabes que tengo razón – le dije más pausadamente.-Siempre la tuve-.

Bebemos en silencio este extraño mejunje oriental. Ninguno de los dos dice nada. Tú dejas caer la mirada sobre el escenario para evitar encontrarte con la mía. No contestas. Aunque el espectáculo todavía no ha comenzado tú continúas mirando ahí, como si hubieras perdido algo entre los pliegues rojos y áureos de la decoración. En apenas diez minutos, que por esa extraña distorsión del tiempo en la cabeza de las personas han debido parecerte inagotables, salen cuatro músicos con sus instrumentos y tres bailarinas. Ellos empiezan a hacer su música mientras ellas, las bailarinas, entonan un llanto delicado y tierno, extremadamente melancólico y se contonean ligeras de ropa, danzando por toda la plataforma con un gesto inerte en el rostro, con ademanes repetitivos, aprendidos a base de constancia y que ya han dejado por ello de ser brillantes y creativos. Yo me abandono, me dejo llenar por esa música aflautada y el ritmo de unos troncos golpeados contra otros hasta el punto de olvidar que todavía no me has dado tu respuesta. El aire se ha ido enviciando muy poco a poco y ahora es casi irrespirable.

Te miro y vuelvo a sentir lástima. Tú finges que estás demasiado lejos de mí y yo finjo que no me importa. Buscas en los bolsillos las cerillas para encenderte el cigarrillo que ya te has puesto en los labios y yo señalo encima de la mesa. Huyes de mis ojos . Fugitivo. Cobarde. Como es habitual en ti.

-Por eso nunca te quise, porque soy más fuerte que tú.- Le digo.

– ¿No contestas? ¿todavía tienes que pensártelo? Eres increíble.

Te vas al aseo con los ojos rojos y húmedos. No soporto verte así de vencido. me levanto y salgo a la calle. Tropiezo con algunas de las mesas – perdone…perdón…lo siento…- y consigo llegar a la salida. Aún no has vuelto del cuarto de aseo.

Afuera, en la calle, suena música disco de los años setenta. Es tarde, muy tarde. El clima había cambiado y se había enfundado su traje de invierno. Estoy helada. No llevo reloj pero deben ser las tres o las cuatro de la madrugada. Además, está lloviznando. Ha llegado el frío, pienso, y me dejo calar por esas gotas afiladas y grises que caen despacio como si fueran pedazos diminutos de cristal. Levanto la mano y llamo a un taxi. Vuelvo a casa….sola.

Ya en mi habitación me preparo un vaso de leche bien caliente con Cola Cao, me puse cómoda y me desplomé en el sofá. Puse los conciertos de Brandemburgo en el iphone a medio volumen. Permanecí con los ojos cerrados dejando que cada nota de Bach penetrara sutilmente por todos mis poros y llegara en lo más profundo de mi alma. Respiraba, vivía, me impregnaba , me alimentaba de Juan Sebastian Bach.

No sé cuánto tiempo había pasado cuando llamaron a la puerta. Me incorporé con un regusto amargo en la boca y en el corazón. Abro la puerta sin mirar por la mirilla. Era él. Esta vez me mira a los ojos. Se le ve seguro de lo que va a hacer pero yo sé que debajo de esa piel hay otra, y aún debajo de ésta, hay más capas que se superponen para darle una cierta confianza. Falsa confianza. No me convence. Le conozco.

– Me debes una explicación, ¿no crees?- dice él mientras observa cuidadosamente el resto de mi cuerpo que, por descuido, está sugerentemente tapado con algo parecido a un sari. Sé que le excito y me recreo con esta sensación de poderío.

-Tú me la debes a mí- le digo. -Lo único que hice yo es acabar con una situación que me parecía angustiosa.-

-Por cierto…- interrumpió, – ¿y aquí qué? ¿eh? ¿no te molesta? ¿el humo no te molesta? porque noto el olor a incienso, no se puede ocultar. Antes te gustaba ese humo ,total, no has cambiado tanto desde que me…. dejaste-

– No lo pongas más difícil todavía, esos olores me recuerdan a ti, a frustración, además, aquí no hay tabaco. Eso es lo que más me mata, Eso y la oscuridad. Lo siento, no lo pude soportar…..

Te observo cuidadosamente. Veo cómo miras la lámina que me regalaste al poco de empezar a salir, esa de Kandinsky , en un alarde de falsa intelectualidad por tu parte. Qué simple te veo.

Me fijo en tu cara de asombro cuando te das cuenta de que todavía está encima del mueble del comedor la foto que nos hicimos a finales del verano pasado en la puerta de tu apartamento; yo, guapa, con el pelo suelto, sonriendo y con el gesto furtivo de querer mirarte a los ojos. Tú, altivo, riéndote, agarrándome por la cintura con esos brazos potentes, esculpidos. Sin dejar de mirarme ni un momento, como si quisieras penetrar en mi alma por algún extraño resquicio espiritual.

Me miras. Sabes que todavía te quiero pero no puedo soportarte. Y yo me arrepiento de no haber escondido esa foto, de que albergue en ti falsas esperanzas. Estás perplejo, no te esperabas eso.

Pongo el anillo de los Nibelungos de Wagner. Enciendo una varilla de incienso, esencia de patchouli. Te invito a pasar a tomar una copa pero tú te niegas a tomarla. Te beso. Así, sin más, como se saludan los desconocidos, como besarías a tu hermano pero en los labios. Tú no comprendes mi juego, posiblemente yo tampoco. Me acerco a la ventana y descorro las cortinas. Entra la luz de muchas farolas. Creo adivinar la mancha amorfa que es esa noche la luna y cierro los ojos. Tú me miras aún sin comprender. Me das lástima. Eres una marioneta.

– Te quiero, Lis- me dice susurrando.

– Me duele oírte decir eso- le digo.- Ese nombre es el que tú me pusiste, nadie lo conoce, no sé de dónde salió pero me vuelve loca. Te beso otra vez más, esta vez con pasión. Tú no haces nada. Yo soy la que maneja los hilos de tus sentimientos. Sigue haciendo frío. Vuelvo a besarte y en tu mejilla comienza a resbalar una lágrima. Esto no tenía que acabar así, pienso, no, así no.

La casa se llena de incienso, de luna, de Wagner. Crescendo. Las mujeres gritan en esa lucha mitológica, borrachas de incienso las walkirias  cabalgan al galope persiguiendo  la luna. Los dos estamos llenos de incienso… pero esto no debería acabar así. Los dos lo sabemos aunque somos incapaces de detenerlo. Nunca me gustó volverme tan débil y menos aún mostrarme así ante ti. Nos entregamos a la pasión sin tapujos y sin poner barreras. Tal cual.

En el viejo Fiat y a la luz del día todo se ve diferente. Subo el volumen de la radio, suena esa canción de Lorena McKennitt,Dante´s Prayer, mientras voy a la oficina :

<No creía porque no podía ver

Aunque tú viniste a mí en la noche,

cuando el amanecer parecía perdido para siempre

tú me mostraste tu amor

a la luz de las estrellas>

Todavía creo oírte cuando me llamas Lis. Y siempre me suena como un susurro, como un sonido del viento, frágil y delicado. Sí, hacíamos una pareja perfecta, ¿sabes? yo también creí que todo iría bien.

<Dirige tu mirada hacia el océano.

arroja tu alma a el mar

Cuando la noche oscura parezca no tener fin…

por favor… recuérdame>

Después fue lo peor. No podía dejar de odiarte porque me habías vencido. Había sido humillada, vejada. Te habías salido con la tuya….y no podía olvidarte….lloré.

<Aunque compartimos este humilde sendero, solos.

¡Qué frágil es el corazón!.

Oh, regala alas para volar a estos pies de arcilla,

para acariciar el rostro de las estrellas>

Era mi juego pero resultó ser también mi trampa. No pude salir, me tuviste atrapada. Quise empezar otra vez con alguien diferente , y al final no pude.