No sabía cómo había llegado hasta allí, quién era, dónde vivía, nada. Tenía un gesto irregular, plástico, estático.Realmente había descanso después de la muerte, ella lo expresaba con todo su cuerpo.

La observé más detenidamente. 

Sin apenas miedo me acerqué y puse mis labios cerca de los suyos, sin rozarlos, esperando que ella cobrara vida y decidiera besarlos. Sintiendo mi aliento rebotar contra su helada boca. Viendo mis ojos reflejados en el puro vidrio pardo de los suyos. Tenía una piel suave, compleja. Fría y cálida a la vez, como el de una muñeca de porcelana.

Olía a miel, y no era ese el olor de la muerte.

No la toqué más. 

Las lágrimas hirieron mis mejillas. Recordé quién era y por qué lo hice.

La quise, me dije.